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Literatura

Artículos especiales

Un regalo de Navidad para Víctor Eduardo ordóñez

por Lyndon H. LaRouche, Jr.

25 de diciembre de 2003

Aparentemente el 10 de diciembre de este año, en época próxima a celebrarse el nacimiento de Jesucristo, don Víctor Eduardo Ordóñez, de Argentina, envió un mensaje con la intención implícita de que llegara a mi atención. Tal vez fue su forma de demandar un regalo, del modo en que los escolares de Norteamérica a menudo le escriben cartas a Santa Claus en esa época del año. Puesto que hoy es Navidad, honraré la ocasión enviándole el regalo que merece: esta respuesta.

No hay necesidad de que comente los detalles de la réplica de don Víctor a la señora Small, ya que su artículo, el cual he leído, no contenía ningún hecho falso ni de otro modo inapropiado. Basta con enviarle a don Víctor el regalo de cierta información concerniente a él, que necesita tomar en cuenta; yo desearía que al recibir esta inteligencia de parte mía mejore lo que su carta descubre como una condición mental muy desequilibrada, que esperamos sea sólo temporal.

Mi tema es la reciente puesta en marcha de nuevo de lo que se conocía de forma intercambiable como el movimiento sinarquista o fascista, con el ascenso al poder de regímenes sinarquistas como los de Mussolini, Hitler y Franco, en el período de 1922-1945. En esa época se desplegó a la internacional sinarquista, a través de España, a México y otras partes de América Central y del Sur, desde el cuartel general del partido nazi en Berlín. Hoy la están reactivando de modo parecido en América Central y del Sur; esta reactivación ahora constituye la mayor amenaza particular contra las naciones y los pueblos de América Central y del Sur.

Mi conocimiento de esta materia es extenso e incontrovertible. El asunto que plantea la misiva de don Víctor es la cuestión de que, si esa carta apunta o no a que él y otros se han asociado abierta y personalmente con la restauración de esa agrupación internacional sinarquista-fascista, que ahora obra en América en concierto con el notorio Blas Piñar de España. Incluyo aquí, implícitamente, elementos de los notorios antecedentes y conexiones a los que se refiere la señora Small en su artículo.

A ese respecto, pongo en autos a don Víctor de tres puntos pertinentes.

Primero, los principios de la caridad me obligan a remover cualquier delirio, de que aquéllos a los que usted parece defender sean en cualquier sentido significativo siervos del cristianismo, pues, de hecho, su apego más bien pertenece a la causa directamente contraria. Por tanto, es mi deber informarle exactamente qué es lo que en realidad parece haber decidido defender.

Segundo, señalaré las formas de principio en que su manifiesta desorientación política pudiera tender a empeorar la situación, en extremo precaria, que crea la reciente reactivación de la insurgencia sinarquista en América Central y del Sur, en tanto amenaza a la existencia ininterrumpida de esas repúblicas bajo las condiciones actuales de crisis mundial.

Tercero, aclaro ciertos rasgos turbios de su previa asociación indirecta conmigo. En cuestiones como estas es importante saber con mayor claridad quién es quién, y quién accedió a qué.

Hacia fines del siglo 18, después de mucho siglos, la alianza perversa entre la potencia marítima imperial de la oligarquía financiera de Venecia y la hidalguía normanda cambio su base de operaciones de la ahora vulnerable ubicación frente al Adriático, a nuevas bases de poder marítimo y financiero en los Países Bajos e Inglaterra. Esto sucedió en el transcurso del siglo 18, después de que los Países Bajos fueron asimilados bajo la hegemonía de la monarquía británica. El tratado de paz de 1763 entre las monarquías británica y francesa estableció a la Compañía de las Indias Orientales británica, dirigida por la figura política de lord Shelburne, como una potencia marítima imperial, más o menos a nivel mundial, cuya intención era convertirse, según lord Shelburne y sus lacayos —del modo en que Gibbon, un lacayo de Shelburne, detalló esto—, en una reedición pro pagana del Imperio Romano. En 1763 lord Shelburne emprendió dos proyectos estratégicos de largo alcance, cuyas consecuencias implícitas son el desastre en el que parece que usted anda perdido hoy.

Shelburne temía que las colonias angloparlantes de Norteamérica aprovecharan la oportunidad de la derrota de las fuerzas coloniales francesas en ese continente, para crear una república independiente ahí. Shelburne estaba empecinado en evitar esto. A la vez, Shelburne pretendía destruir cualquier potencia en el continente europeo, empezando con el principal rival de Gran Bretaña, Francia, que pudiera representar una amenaza seria en el futuro contra el imperio de la Compañía de las Indias Orientales. El efecto combinado de estos dos objetivos fueron los sucesos que se dieron en Francia a partir del 14 de julio de 1789, hasta que el duque de Wellington sentó a su títere, el monarca Borbón de la restauración, en el trono francés. A este fin Shelburn allanó el camino para los hechos que desembocaron en la tiranía de Napoleón mediante la creación de una secta francmasónica artificial, entonces conocida como los martinistas, con base en los alrededores de la ciudad de Lyón. Esta secta martinista, luego rebautizada como sinarquismo, surgió como esa internacional sinarquista que produjo la serie de movimientos y gobiernos fascistas que tuvieron un ataque de locura homicida en el período de 1922-1945.

Esta internacional martinista-sinarquista siguió siendo una amenaza importante a la seguridad de Europa y América a lo largo de todo el siglo 19 y en el 20. Desde el comienzo, el martinismo-sinarquismo fue siempre el instrumento de una red oligárquico-financiera permanente, meramente representada por la Compañía de las Indias Orientales británica y sus colaboradores financieros en el continente europeo y en América. La forma francmasónica de los movimientos políticos y los cuerpos religiosos controlados que figuraban en las actividades de los revolucionarios, siempre estuvo bajo el control eficaz de camarillas financieras. Por ejemplo, como Simón Bolívar confesó hacia el final de su carrera, era Jeremías Bentham, el jefe del comité secreto del Ministerio de Relaciones Exteriores británico de Shelburne, quien ejercía el control dentro del movimiento bolivariano, al igual que dentro de las asociaciones de la Joven Europa y la Joven América del agente de lord Palmerston, José Mazzini. La Confederación estadounidense fue producto de lo que hoy conocemos como la internacional sinarquista.

Ahora bien, mientras el mundo se hunde en estos momentos en una crisis de desintegración terminal del actual sistema monetario-financiero de tipos de cambio flotantes, los oligarcas financieros pertinentes han reactivado sus operaciones sinarquistas para escenificar grandes golpes y actos semejantes, una reactivación que incluye las operaciones en América Central y del Sur asociadas con Blas Piñar. El propósito de esa reactivación de las redes asociadas con él es interrumpir y destruir cualquier resistencia eficaz al aplastamiento de todas y cada una de las naciones de América, del modo que los sucesos del 14 de julio de 1789 en París tuvieron el propósito de evitar la estabilización de Francia con el borrador de constitución que presentaron Bailly y Lafayette. Así, en Venezuela, tanto Chávez como sus principales oponentes son agentes sinarquistas, que procederán a tasajearse unos a otros y a su nación en obscenidades de izquierda-derecha sin un verdadero propósito práctico o moral. En América la fachada religiosa de las fuerzas sinarquistas derechistas será ejemplar y sangrienta.

Desearía que ciertas personas asociadas con el nombre del coronel Seineldín no se vieran arrastradas a participar en la clase de farsas en las que se embarcaron los asociados del renegado y agente enemigo Fernando Quijano.

El asunto que pasa por alto la carta de don Víctor, salpicada del espíritu editorial que despediría la cola de un hipopótamo, es el caso del propio Quijano, la tercera cuestión a abordar aquí.

Quijano siempre fue un romántico algo inestable, quien, si no se le vigilaba de cerca, tendería a armar una vasta teoría de la historia tras leer una parte de un solo libro. Él fue útil a mi organización más bien en el papel de un entusiasta que de un intelecto, en tanto conservó la inclinación y la disposición a aceptar supervisión. Cuando rechazó nuestra supervisión, su personalidad pareció desintegrarse. Las personas con la experiencia militar pertinente entenderían lo que señalo sobre las virtudes y los defectos estructurales de su desarrollo intelectual personal y de su carácter moral.

Sin embargo, con el tiempo, en tanto enfrentaba la misma amenaza de ir a la cárcel bajo las acusaciones fraudulentas que otros de nosotros encarábamos de ciertos intereses financieros de Washington, D.C., y de Manhattan, la cobardía se apoderó de él, y corrió, como un verdadero traidor, al otro bando, a los brazos de tales criaturas como su vecino Néstor Sánchez. Usó mi encarcelamiento como la oportunidad para tratar de adueñarse de mi asociación en aras de su alianza abierta con el sinarquista Blas Piñar. Entre las personas que corrompió en su papel de traidor cobarde y cómplice de Blas Piñar y otros fascistas de hueso colorado, estuvo la valiosa Marivilia Carrasco, la que primero fue arruinada, y luego, finalmente, quebrantaron su voluntad cuando visitó a Brasil y Argentina anteriormente este año.

En la época en que Quijano aprovechaba mi ausencia para actuar con libertad como agente de nuestros enemigos, se convocó una conferencia en México en la que se dijeron muchas cosas tontas y peores, como si mi asociación las hubiera adoptado. Nunca acepté ni toleré esas cosas. Por desgracia, es obvio que algunos en la delegación argentina que participaron en dicha conferencia no entendieron los rasgos fraudulentos y peores de su pacto implícito con Quijano.

Los círculos que se habían asociado con el buen Comandante me parecían a mí buenos soldados y patriotas, pero carentes de la sofisticación en lo concerniente a la filosofía clásica de Platón, Nicolás de Cusa, Leibniz, etc., y asuntos relacionados que son indispensables para los dirigentes políticos idóneos de una nación en crisis. Al respecto, yo traté de bregar con generosidad con la superficialidad filosófica y otras deficiencias intelectuales de algunos en ese cículo, en la esperanza de que sus debilidades a este respecto se desvanecerían en la expresión de sus verdaderos talentos al servicio de sus futuros logros.

Ahora temo que el lenguaje vomitado por don Víctor apunte de la forma más reveladora a la influencia de esos sinarquistas peligrosos en torno a tales como Blas Piñar, cuyo papel actual es ahogar las esperanzas de soberanía de los Estados de América en la sangre de guerras intestinas, todo en aras de servir, adrede o no, a esos intereses financieros que han saqueado a esas naciones de forma tan salvaje desde 1982, a más tardar. Disculpar la relación de los círculos de Quijano con Blas Piñar sería, en efecto, cometer una verdadera traición contra las naciones y pueblos del hemisferio.

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Respuesta a la señora Small con respecto a la puta Maritornes

por Víctor Eduardo Ordóñez
10 de diciembre de 2003.

La señora Small ha escrito una nota en la publicación de la Fundación Schiller respecto a la revista Maritornes, cuyo primer número tuve la satisfacción y la responsabilidad de componer en buena parte y de dirigir. Aunque no me alude en su trabajo -se limita a implicar con cierta estulta fogosidad a otros colaboradores y referentes- me considero obligado y con derecho a intervenir en la eventual polémica que pudiera desarrollarse luego de la respuesta de mi amigo Antonio Caponnetto al afrentoso comentario.-

La autora incurre -quizá sin darse cuenta- en todos los lugares comunes (mejor dicho, vulgares) que la izquierda y el liberalismo (en este punto más cercanos que nunca) vienen utilizando desde hace décadas. No innova en lo más mínimo, sólo que extiende su enfoque a otros autores a los que, evidentemente, conoce por referencia. Así, por ejemplo, llamar al gran Chesterton "fascista británico" es tan ofensivo como inexacto y, en definitiva, desopilante ¿Qué entiende la señora Small por fascista, entonces y en que parte de la obra de Chesterton detecta elementos fascistas? ¿No convendría, antes de lanzarse a una agresión así de generalizada y de imprecisa, detenerse en los conceptos más básicos que se emplean para ponerse de acuerdo sobre qué estamos discutiendo y qué se quiere decir cuando se utilizan determinados valores y definiciones, determinados adjetivos y sustantivos? No se puede emitir juicios sin una mínima coincidencia científica, por llamarla de algún modo; esto es sin aclarar, por lo menos, con qué terminología nos manejamos y si cuando usamos tal palabra estamos los dos diciendo lo mismo. En cambio, si como lo hace con tanta ligereza próxima a la desaprensión, la impugnadora de "Maritornes" puso en el papel lo primero que se le vino en gana y si se deja ganar la inteligencia por la irracionalidad de los prejuicios sin fundamentar, se ha de concluir que la polémica no sólo será inútil sino imposible.

Por ejemplo cuando la señora Small simula escandalizarse (en realidad procura burlarse) por el artículo del profesor Calderón Bouchet sobre una eventual monarquía en la Argentina, está demostrando una de estas tres cosas: que no lo leyó, que si lo hizo no lo entendió o que en todo caso procede con una asombrosa mala fe hermenéutica.

No una reflexión diferente merece la suposición de la existencia de una "internacional europea e hispanoamericana de tinte fascista". Claro que discurriendo como lo hace la señora Small -con sus falencias intelectuales, su mala información y sus apresuramientos axiológicas- todo le estará permitido y podrá llegar a cualquier consecuencia. Al redactar el editorial de presentación de la revista que dirigí me esforcé, con la aprobación de quienes me acompañaron, en explicitar de la mejor manera que supe los propósitos que guiaban al grupo de amigos que tomó la iniciativa. Allí se cita con profusión y satisfacción, entre otros, a Ramiro de Maeztu, muerto mártir en la Guerra Civil española, cuya "Defensa de la Hispanidad" quedará para siempre como el culmen del pensamiento tradicionalista puesto en acción programática (sin desmedro de sus aportes teóricos y de sus supuestos principistas, razones por las cuales me permito recomendar su lectura a esta para mí desconocida crítica) También le podría rectificar que el lema"Tradición, Familia y Propiedad" -muy meritorio por lo demás aunque ella quizá ni llegue a comprenderlo en toda su riqueza- no es de los carlistas sino de otra organización con la que la mayoría de los responsables de "Maritornes" discrepamos y no es del caso traer esta antigua diferencia a colación, no obstante su importancia.

Llama asimismo la atención -lo digo aun a riesgo de reiterarme- el método que se emplea en el trabajo que contesto. Enumera, casi en tono de denuncia, los antecedentes y la militancia de varios de los colaboradores de la revista que conduje. Casi es un detalle que no pruebe ninguno de los datos que maneja pero no es esto lo que interesa; Lo que sí importa es que sin más -siempre basada en sus prejuicios que en su mentalidad funcionan como dogmas- condena y descalifica a hombres y movimientos que evidentemente desconoce a pesar o conoce entre sombras, por lo cual tiene sobre ellos -y así se pronuncia- un criterio tan pueril como inapelable.

El espacio que le dedica a esclarecer la personalidad y el significado de la pobre Maritornes en el Quijote es, igualmente, irrelevante porque, como se lo explica A. Caponnetto en su respuesta, se propuso con la elección de su nombre una simbología quizá más poética que histórica o política en el sentido que se quiso otorgarle a la España descubridora, apostólica y conquistadora una función -si me animo a decirlo- creadora a fuerza de regenedadora, al extraer por la pureza de la mirada un mundo para Cristo desde la rudeza cósmica de esta América primigenia, aterradora e irredenta. Aunque comprendo que en una perspectiva anglosajona no tenga explicación ni cordura un acto de amor y de belleza por completo desinteresado del que vivimos desde hace cinco siglos.

Sin embargo de todo lo expresado debo agradecer a la señora Small -y en esto creo actuar en nombre de muchos amigos y compatriotas- su definición -o, mejor dicho, ubicación- acerca de temas y valores cuya presentación, hay que reconocerlo, despertaron en la Argentina una cierta -no demasiada- expectativa. Ahora, tras esta virtual quita de careta no hay porqué conservar ningún optimismo ni seguir llamándose a engaño. El movimiento de Lindon Larrouche (sic) y sus organismos afines, como la Fundación Schiller, constituyen el Caballo de Troya en cualquier empresa de reconstrucción cristiana de Occidente (y, en este caso especial de Hispanoamérica) Con su paganismo encubierto pero remozado, con sus programas confusos, con su ideología equívoca, con sus síntesis tan simplistas como peligrosas, con sus programas sospechosos, este grupo de agentes y operadores de no sabemos qué intereses (doctrinarios, políticos o económicos) no son, definitivamente, los nuestros. Al hablar la señora Small como lo ha hecho en representación de todo ese aquelarre de lemas, proyectos y declaraciones con que estos americanos del norte (que nunca dejaron de serlo en el peor sentido) nos vienen atosigando desde hace más tiempo de lo tolerable, descorrió el velo de una ficción demasiado tosca a la que urgía poner fin. Y ella lo consiguió por lo que le agradezco con toda sinceridad.

Acabado el mito de un evasor crónico de impuestos en su país (donde fue fracasado candidato a cualquier cosa) devenido sin explicación en caudillo de un humanismo infantil, pseudo clásico y, ahora lo sabemos fehacientemente, anticristiano y antihispano, todos acá, nos sentiremos más libres por haber conocido el pensamiento y el sentimiento exactos de aquellos que con tanta insolencia y audacia se presentaban ante los más angustiados hijos de un glorioso imperio español (que nunca lo fue, según opina la Small) en disolución, como un apoyo a sus reivindicaciones.

Que esto sirva para comprender que nuestro destino está en nuestras propias manos y que no hay ningún motivo racional que nos lleve a los católicos que soñamos en hispano a esperar que la solución venga del norte. Una vez más se constata que el enemigo, el Enemigo viene de allá y que suponer lo contrario es complicidad y traición.

Víctor Eduardo Ordóñez

PS. Enviada la anterior respuesta advierto que omití incluir una consideración que creo es fundamental. "Last but no least". Me refiero al concepto de fascista que la señora Small dispara indiscriminadamente y en todas direcciones. Aplicado a personas -como todas las que ella menciona y también a mí mismo- es una mendacidad y una infamia. Porque todos nosotros somos, con las imperfecciones y deficiencias de cada uno, católicos romanos que de ninguna manera podemos comulgar con un ideario totalitario como son el sistema y la doctrina elaborados por Mussolini. Una noción elemental de esa propuesta le habría evitado a la autora pronunciarse con tanta ligereza a la hora de calificar a sus semejantes, aunque sean meridionales. Si ideológicamente el fascismo totalitario pretende incluir en el interior del estado que propone toda la realidad social, política, económica, jurídica, moral y espiritual de una nación, se comprende que la Iglesia no puede aceptar semejante extravío, mezcla de herejía y de blasfemia. Porque en esa concepción el estado no es el garante y el custodio del derecho (y de los derechos) sino su fuente, su legitimante, su dispensador. Por lo tanto es que la señora dé a conocer los textos en los que los involucrados en su denuncia de fascismo hayan hecho profesión de tales. En caso que no lo haga caería en la condición de calumniadora.

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